“Insistir con las centrales nucleares es traicionar a las víctimas de Hiroshima”
19/03/11 El célebre escritor japonés reflexiona sobre la doble tragedia de su país.
LUCIDEZ EN LA NIEBLA., OE HABLA DEL FIN DE UNA ERA.
Premio Nobel de Literatura en 1994, Kenzaburo Oé está considerado como una de las conciencias cívicas de Japón. Fiel a los valores sobre los que se construyó su país, se obstina en el deber de fidelidad a la memoria de los muertos y a la dignidad del hombre en medio de la doble tragedia.
Para usted, ¿qué significado tiene el desastre que vive actualmente Japón en la historia moderna?
Desde hace varios días, los periódicos japoneses no hablan más que del desastre que vivimos y el azar quiso que uno de mis artículos fuera escrito la víspera del sismo, el 15 de marzo. En él, hablaba de la vida de un pescador de mi generación, que fue irradiado en los ensayos de la bomba de hidrógeno en el atolón de Bikini. Lo conocí cuando tenía 18 años. Después, él consagró su vida a denunciar la impostura del mito de la fuerza de disuasión nuclear y la arrogancia de quienes son sus turiferarios. ¿Fue un sombrío presagio lo que me hizo evocar a ese pescador precisamente la víspera de la catástrofe? En efecto, él luchó contra las centrales nucleares y denunció los peligros que éstas representan. Desde hace tiempo acaricio el proyecto de rastrear la historia contemporánea de Japón tomando como referencia tres grupos: los muertos en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, los irradiados de Bikini y las víctimas de las explosiones en las instalaciones nucleares. Si nos inclinamos sobre la historia de Japón con la mirada de estos muertos, víctimas de la energía nuclear, queda en evidencia la tragedia que es su vida.
Ahora estamos constatando que el riesgo de las centrales nucleares se ha vuelto una realidad . Sea cual fuere el desenlace del desastre que estamos viviendo –y con todo el respeto que siento por los esfuerzos humanos desplegados para contenerlo–, su significado no se presta a ninguna ambigüedad: la historia de Japón ha entrado en una nueva fase, y una vez más estamos bajo la mirada de las víctimas de la energía nuclear, de esos hombres y mujeres que han dado pruebas de gran valor en su sufrimiento. La enseñanza que podamos extraer del desastre actual dependerá de la firme resolución de no repetir los errores.
Este desastre conjuga de manera dramática dos fenómenos: la vulnerabilidad física de Japón a los sismos y el riesgo que presenta la energía nuclear. El primero es una realidad desde la noche de los tiempos. El segundo, que podría ser aun más catastrófico que el tsunami, es obra del hombre. ¿Qué ha conservado Japón de Hiroshima? La gran lección que debemos de extraer del drama de Hiroshima es la dignidad del hombre, de todos aquellos que murieron bajo la explosión, pero también quienes sobrevivieron, afectados en el cuerpo, y que durante años tuvieron que soportar un sufrimiento extremo que yo espero haber transmitido en algunos de mis escritos. Los japoneses, que han tenido la experiencia del fuego atómico, no deben de pensar en la energía nuclear en términos de productividad. Es decir, no deben tratar de extraer de la trágica experiencia de Hiroshima una “receta” de crecimiento. Como en el caso de los sismos, los tsunamis y otras calamidades naturales, hay que grabar la experiencia de Hiroshima en la experiencia de la humanidad: es una catástrofe aun más dramática que los desastres naturales pues se debe a la mano del hombre. Insistir con las centrales nucleares, dando muestras de la misma inconsecuencia con respecto de la vida humana, es la peor de las traiciones a la memoria de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki. El pescador de Bikini no ha dejado de exigir la abolición de las centrales nucleares. Una de las grandes figuras del pensamiento japonés contemporáneo, Shuichi Kato (1919-2008), al hablar de las bombas atómicas y las centrales nucleares, de las que el hombre pierde el control, recordaba la expresión célebre de una obra clásica, “El libro de la almohada”, escrita hace mil años por una mujer, Sei Shonagon. Kato habla de algo que parece a la vez muy lejano pero que, de hecho, es muy cercano. Un desastre nuclear parecía una hipótesis muy alejada, improbable, pero hela aquí con nosotros.
Si tuviera que responder a la pregunta planteada en el título de uno de sus libros, “Díganos cómo sobrevivir a nuestra locura”, ¿qué diría usted ahora? Escribí ese libro cuando alcancé la edad que llaman madura. Ahora estoy en lo que llaman la tercera edad y escribí una “última novela”. Si logro sobrevivir a la locura actual, el libro empezaría con una cita del final del “Infierno” de Dante, que dice más o menos: “Y después saldremos para volver a ver las estrellas”.
Fukushima, mon amour
Por Ryu Murakami
20 DE MARZO DE 2011
Dejé mi casa en la ciudad portuaria de Yokoma a primera hora de la tarde del viernes 11, poco después de las 3. Me registré en mi hotel habitual del barrio de Shinjuku en Tokio poco después. Suelo pasar tres o cuatro días por semana ahí para escribir, recopilar material y hacer trámites. El terremoto nos sacudió en el momento en que entraba en mi cuarto. Con la sensación de que iba a terminar atrapado entre escombros, manoteé un bidón de agua, una caja de galletitas y una botella de brandy antes de sumergirme debajo de la sólida tapa del escritorio. Ahora que lo pienso, no habría tenido tiempo de saborear el brandy si el hotel de 30 pisos se hubiese derrumbado. Pero esas precauciones mantuvieron el pánico a raya. Un anuncio de emergencia llegó enseguida por el sistema de sonido: “Este hotel fue contruido para ser antisísmico. No hay riesgo de que colapse. Por favor, no intente abandonar el edificio”. El mensaje fue repetido varias veces. Primero me pregunté si sería cierto, o si la gerencia pretendía mantener a la gente en calma. Y fue entonces que, sin pensarlo, adopté mi posición ante el desastre: por ahora, al menos, voy a confiar en la palabra de personas e instituciones con mejor información y conocimiento de la situación que yo. Decidí creer que el edificio no se derrumbaría. Y no lo hizo.
Se dice que los japoneses son fieles a las reglas del “grupo” y adeptos a formar sistemas de cooperación de cara a las grandes adversidades. Sería algo difícil de negar hoy. Rescates valientes y esfuerzos asistenciales se llevan a cabo de manera incesante, y no se registran robos ni saqueos. Pero lejos de la mirada del grupo, sin embargo, también tenemos la tendencia a actuar de manera egoísta –casi como una forma de rebeldía–. Y estamos experimentando eso también: insumos básicos como arroz, agua y pan desaparecieron de los supermercados. Las estaciones de servicio no tienen nafta. Se compra en pánico. La lealtad al grupo está siendo testeada.
Nuestra máxima preocupación presente es, sin embargo, la crisis de los reactores nucleares en Fukushima. Hay una masa confusa y conflictiva de información. Algunos dicen que la situación no es tan mala como Chernobyl; otros, que los vientos podrían arrastrar la radioactividad hacia Tokio, por lo que deberíamos quedarnos en casa comiendo grandes cantidades de ciertas algas, que tienen un alto contenido de yodo seguro, lo que ayuda a prevenir la absorción de radiación. Un amigo norteamericano me recomendó que me fuera hacia el oeste de Japón.
Algunos están efectivamente dejando Tokio, pero la mayoría permanece. “Tengo que trabajar”, dicen algunos. “Acá tengo mis amigos y mis mascotas.” Otros razonan: “Incluso si se convierte en una catástrofe como la de Chernobyl, Fukushima queda a 170 kilómetros de Tokio”. Mis padres se encuentran en el oeste, en Kyushu, pero no planeo ir. Quiero quedarme acá, junto a mi familia, mis amigos y las víctimas del desastre. Quiero darles coraje, como ellos me están dando coraje a mí.
Por ahora, me quedo con lo que decidí en mi habitación de hotel: voy a confiar en la palabra de personas y organizaciones mejor informadas, especialmente los científicos, médicos e ingenieros que leo en internet. Sus opiniones y diagnósticos no reciben demasiada cobertura. Pero su información es objetiva y precisa, y confío en ella más que en cualquier otra cosa que escucho.
Diez años atrás, escribí una novela en la que un estudiante de colegio pronunciaba un discurso ante el Parlamento, y decía: “Este país tiene todo. Se puede encontrar cualquier cosa que uno quiera acá. Lo único que no tiene es esperanza”. Uno podría afirmar lo opuesto hoy: los centros de evacuados sufren escasez de alimentos, agua y medicamentos; también hay falta de bienes y energía en Tokio. Nuestro modo de vida está amenazado, y el gobierno y las compañías de servicios no han respondido adecuadamente.
Pero por todo lo que perdimos, la esperanza es algo que los japoneses hemos recuperado. El gran terremoto y el tsunami nos han robado muchas vidas y recursos. Pero nosotros, tan intoxicados con nuestra propia prosperidad, hemos vuelto a sembrar la semilla de la esperanza. Por eso decido creer.