I
Miren, soy una persona sumamente desinteresada por los cuentos de fantasmas. No busco que me los cuenten. Es más, ni siquiera me gusta contarlos, pero, cuando era joven, solamente una vez me topé con este extraño acontecimiento. Todavía no he podido esclarecer su misterio…
Justo hace quince años, vivía en una casa de huéspedes en Kojimachi cerca del portal de Hanzo. De ahí, asistía a una escuela de Derecho ubicada en Kanda en el noreste, del otro lado del Palacio Imperial. Era una casa de huéspedes, pero no ordinaria. Era una casa normal. Le habían hecho algunas modificaciones y acondicionado siete cuartos. Por esa razón, cuando se llenaba su cupo no podían alojarse más de siete personas. Como quien dice: era una casa común y corriente.
La dueña era una refinadísima mujer cincuentona probablemente un poco mayor. Vivía también con ella su hija, de unos veintiocho o veintinueve años y tenían una sirvienta. Las tres eran quienes nos atendían. Tiempo después nos enteramos que esa señora tenía mucho dinero. El hijo mayor estaba estudiando en una universidad en Kioto. Como le había aburrido esperar la graduación de su primogénito, pero también por que se había sentido sola; la señora comenzó este negocio. Era un pasatiempo para ella. Por lo tanto, a diferencia de las otras caseras, la nuestra era muy, pero muy amable. Nos trataba como si fuéramos de la familia. Todos los inquilinos estábamos muy satisfechos.
Por eso nosotros le decíamos siempre, Okusan y no Okamisan como suele decírseles a las caseras. Ya sé que es un poco raro decirle a la dueña de tu pensión de esa manera, pero como ya les dije anteriormente, era una mujer refinada y gentil, no la podíamos llamar Okamisan. No era apropiado a su persona. Todos le decíamos, entonces, Okusan y a su hija: Isako. El apellido de ellas… Miren, no se los puedo decir. Vamos a dejarlo en Horikawa: un apellido ficticio.
Todo ocurrió, entonces, una noche despejada de los primeros días de noviembre. Hice una peregrinación al templo de Otorisan ubicado en Yotsuya Sugacho al oeste de mi casa. Era justo la Festividad del Tori no Machi. En Tokio no lo había hecho aún. No tenía las ganas suficientes como para ir hasta Asakusa. Así, pensé que podía hacerlo yendo a Yotsuya: un vecindario más cercano. Después de cenar, decidí toma un paseo y fui ahí. Fue una peregrinación sin mucha fe. Lo admito.
Como era el comienzo de noviembre el clima era notoriamente bueno y había mucha prosperidad en los comercios. Caminé en medio de la muchedumbre y fui finalmente al precinto; hice una oración. Una vez que salí a la calle, la que daba al tren, seguía habiendo mucha gente. De entre toda esa gente, una voz me llamó en ese momento.
—Buenas noches, Suda. ¿Joven Suda, tú también andas por aquí?
—¿Usted también vino a la peregrinación?
Mientras reía, aquella persona me mostró un pequeño rastrillo para la arena y un camote entrelazado con una hoja de bambú: amuletos que venden en la Festividad del Tori no Ichi. Su nombre era Takeo Yamagishi: también es un nombre ficticio. Era un inquilino de la misma casa de huéspedes. Como íbamos hacia el mismo rumbo, comenzamos a caminar juntos.
—¡Cuánta gente! ¿No cree? —dije—. ¿Qué va a hacer con lo que compró?
—Es un regalo para la señorita Isako —dijo Yamagishi—. El año pasado también se los compré, este año decidí seguir con la costumbre.
—¿No son caros?— pregunté yo. No sabía el valor de esas cosas.
—No importa. Regateé bastante… Pero como estamos en inicios de noviembre los vendedores no dan su brazo a torcer.
Nos dirigíamos hacia Yotsuya Mitsuke. De pronto, Yamagishi se paró frente a una cafetería.
—¿Qué te parece si nos tomamos un té?
Entró al lugar antes que yo. No tuve alternativa que seguirlo. Por suerte, estaba vacía una de las mesas de la esquina y nos posicionamos ahí los dos. Pedimos un té inglés y unos pastelillos .
—¿Suda no tomas alcohol, verdad?
—Yo también. Si pudiera tomar sería bueno, pero… —dijo pensando Yamagishi—. Estos dos o tres años, lo he intentado y muy en serio ¿sabes? Sin embargo, fue imposible.
¿Por qué quería tomar tan fortuito si no podía ingerir ese tipo de bebidas? Era algo chistoso para un joven como yo. Mientras veía mi sonrisa, por una cierta razón, Yamagishi suspiró:
—Bueno en tu caso es mejor que no tomes, pero en el mío es preferible hacerlo un poco… —repitió de nuevo, pero posteriormente remató sonriendo:
—Te estarás preguntando por qué… Si no puedo tomar, la señorita Isako me va a despreciar, ja, ja, ja.
No sé qué pensaba Yamagishi de ella, pero Isako estaba muy dispuesta. Como quien dice, lo quería conquistar. Era la opinión de todos los inquilinos.
En la casa de las Horikawa, Isako era la hija mayor, el primogénito, el que se había ido a Kioto, era su hermano menor. Ella se había casado a los veintiún años, pero al año de casada su esposo enfermó y murió. Fue por eso que regresó a la casa familiar y llevaba desde hace unos siete u ochos años una vida vacía. Era una pena, en serio. Nosotros lo sabíamos aunque de manera superficial. Debo decirles que no era nada fea, todo lo contrario. A diferencia de su madre, era una mujer alegre y activa. A lo mejor era mi percepción, pero detrás de esa apariencia blanca y fina denotaba un poco de soledad.
Yamagishi estaba entre los treinta. Era fornido y sano. Tenía una presencia muy masculina. Además, era de una familia adinerada. Cada mes, aunque fuese poco, recibía dinero extra. Vestía muy bien y ahorraba. Desde cualquier punto vista, de los siete inquilinos era el mejor prospecto. Por eso pensábamos que era natural que Isako quisiera conquistarlo. También la Okusan sabía que su hija estaba enamorada de Yamagishi. Incluso, se rumoraba que ella había consentido tácitamente esa relación. Así, cuando él mencionó de abrupto el nombre de Isako no me sorprendió en lo mínimo. Por supuesto, tampoco tenía ni una pizca de celos…
—¿La señorita Isako toma? —pregunté sonriendo.
—¿Quién sabe? —dijo moviendo el cuello—. No sé muy bien, pero probablemente no lo hace. Incluso, ella me ha advertido que no lo haga…
—¿Pero usted me dijo que si no tomaba, ella lo iba a despreciar?
Soltó un carcajeada muy fuerte. Los cuatro grupos de clientes que estaban en el café se espantaron y voltearon hacia nosotros. Me sentí un poco avergonzado. Bebimos y comimos rápido; Yamagishi pagó la cuenta y salimos a la calle de nuevo. Una gran luna de invierno estaba puesta en lo alto de un pino del embarcadero. Aunque era una noche agradable de noviembre, un viento soplaba desde el noroeste, como si nos acompañara.
Pasamos Yotsuya Mitsuke y seguimos rumbo al este, nos aproximamos a la avenida, la que nos llevaba hacia Kojimachi, después de pasar un puente, de súbito sentimos que todo se silenciaba. Mientras Yamagishi admiraba la luz de la estación de bomberos, me preguntó de pronto:
No esperaba ese tipo de cuestionamiento. Titubeé un poco, pero contesté honestamente:
—No, tampoco he emprendido ninguna investigación sobre fantasmas. Soy de los que no cree en ellos.
—Es lo normal —asintió Yamagishi—. Yo tampoco quisiera creer en ellos, tu postura es la correcta —después de decir esas palabras se calló.
Actualmente, por mi trabajo tengo que hablar mucho, ¿saben? Pero en mis épocas de estudiante era muy reservado. Si la persona con quien hablaba no decía nada, yo tampoco abría la boca. Así, en silencio los dos caminamos por la calle, pisando las hojas caídas. Cruzamos como mudos la mitad de la calle hacia Kojimachi y en ese momento, Yamagishi se paró.
—Suda, ¿no quieres comer anguila?
Observé la cara de Yamagishi. Acabábamos de tomar té en Yotsuya. Era algo extraño que se le antojara cenar una anguila. Él leyó mis pensamientos y dijo:
—¿Ya cenaste en casa, verdad? Yo salí desde la tarde y no he comido nada. Pensaba hacerlo en aquel café, pero no era el lugar adecuado para hacerlo.
Me había quedado claro: él había estado fuera desde la tarde. Por eso, esos dos pastelitos occidentales que se echó en Yotsuya no fueron suficientes para quitarle el hambre. Empero, comer anguila era un lujo. Bueno, para alguien con mucho dinero como él no, pero para nosotros los estudiantes, un capricho demasiado costoso. Ahora podemos comerla en cualquier restaurante o fonda, ¿no? Pero en esos años, era un lujo. Además, el lugar donde quería entrar era muy lujoso, no podía seguirlo.
—Yo me despido. Por favor vaya a cenar usted solo. Me retiro, con permiso.
—Eso no es nada bueno. Por favor, acompáñame. Quiero comer anguila, pero también quiero contarte unas cosas. No es mentira. Tengo algo que contarte…
No pude rehusarme, cuando me di cuenta estaba en el segundo piso de ese restaurante.
Antes de seguir con mi relato, es pertinente que les explique cómo era mi relación con Yamagishi…
Él y yo vivíamos en la misma casa de huéspedes, pero no solamente eso, teníamos un lazo especial: los dos queríamos ser abogados. Era como mi hermano mayor, misenpai. Por lo tanto, era natural que yo le tuviese respeto. Pero había una gran diferencia entre su capacidad intelectual y la mía, lo cual fortalecía mi subordinación hacia él. Yamagishi dominaba todos los tecnicismos legales y por supuesto, además del inglés, entendía el alemán y el francés. Yo estaba muy feliz. Vivía con una persona tan talentosa. Recuerdo que muchas veces fui a su cuarto a preguntarle todas mis dudas. Siempre se mostró muy amable; contestó mis dudas. Para mí, Yamagishi era casi como mi maestro; tenía un gran respeto por él y él me quería mucho.
Sin embargo, había un detalle que siempre me había parecido extraño de él. No comprendía por qué Yamagishi había reprobado cuatros veces el examen nacional de abogacía. ¿Por qué no lo había logrado teniendo esas cualidades intelectuales? Hasta donde yo sabía, otros menos brillantes lo habían pasado sin ningún problema. Por supuesto, los exámenes son una especie de volado, no siempre los pasan los más capaces. Pero repetir el mismo fracaso no solamente una o dos, sino tres o cuatro veces, no tenía explicación.
—Mi problema es que soy muy tímido y miedoso.
Yamagishi explicaba así la causa de sus fracasos, pero desde mi punto de vista, él no era en ningún sentido un hombre cobarde. No podía concebir que él fuese un miedoso ni se dejara influenciar por la presión de un examen. Tenía un gran porte y dominaba la terminología jurídica, cualquier examinador lo hubiera aprobado, pero simplemente no pasaba los exámenes. Era un misterio: no había otra palabra como definirlo.
A pesar de eso, recibía una jugosa remesa y no mostraba ningún indicio de estar deprimido por sus múltiples fracasos. Estaba tranquilo y seguía viviendo en la casa de huéspedes. De hecho, hasta ese momento, me había invitado dos o tres veces a comer anguila…
—Eres joven. Esa cena que te echaste ya la digeriste de seguro. No seas reservado. Come. Come por favor.
Decidí tomarle la palabra y comencé a comer. Nos trajeron sake, pero ninguno de los dos tomaba, nos dedicamos solamente a comer. Mientras esperábamos nuestra segunda porción de kabayaki me dijo silenciosamente:
—Mira, he decidido que éste es mi último año aquí. Estoy pensando regresar a mi tierra.
Quedé anonadado. No pude contestarle de inmediato. Mientras veía su cara en silencio, Yamagishi la compuso.
—Ya sé que es repentino. De seguro, estarás sorprendido, pero creo que ha llegado el momento de desistir y regresar. No tengo suerte. Estoy salado. La abogacía no es mi profesión.
—Pensaba lo mismo. Me decía a mí mismo: “¡no puede ser!”. No pueden existir los fantasmas en este mundo…
¿Había escuchado bien? ¿Fantasmas? Hace rato había dicho lo mismo, fingí no haberlo escuchado, dijo lo siguiente:
—Tú me dijiste que no creías en los fantasmas ¿verdad? Yo tampoco creía en ellos. De hecho, cada vez que oía esos cuentos me reía. Pero justamente, yo, quien no creía en ellos ¡Ahora mismo estoy siendo acosado por uno! Eso me ha obligado a tirar a la basura todos mis sueños. Para los que no creen como tú, estoy diciendo una estupidez, lo sé. ¡Ríete si quieres!
No podía reírme. Si de la boca de Yamagishi había salido semejante cosa, debía haber entonces una clara evidencia que lo demostraba. ¡Pero, era imposible! En este mundo no hay fantasmas. Me quedé callado dudando de lo escuchado… Yamagishi vio en silencio uno de los focos del techo. Estábamos sentados en un cuarto amplio del segundo piso, éramos los únicos. Desde la esquina escurría solamente el frío de la noche, un frío acosador.
Eran como las nueve de la noche. Se escuchaba el sonido del tren que pasaban frente al mesón. Abajo se escuchaba el sonido de los abanicos que se usan para airear la anguila. ¿Era mi imaginación? Parecía que el foco que estaba sobre mi cabeza se oscurecía. La sombra blanca de la flor de té, colocada en el tokonoma, se veía triste y pálida… Pero no era suficiente para recrear una ambiente de cuentos de fantasmas. Por su puesto, Yamagishi no tenía que aferrarse a esas reglas, nada más tenía que decir lo que él quisiera. Finalmente, siguió contándome.
—No es que lo quiera decir, pero yo he estudiado muy arduo, tenía la certeza de que pasaría el examen de abogacía sin ningún problema. A lo mejor soy un vanidoso, pero creía que sí podía.
—Claro, no cabe duda —contesté rápido—. No hay razón para que una persona como usted no pase ese examen.
—Sin embargo, lo raro es que no lo pasé —dijo sonriendo triste—. Tú lo sabes mejor que nadie. Con ésta, es la cuarta vez que fracaso. Yo mismo me siento raro…
—Yo pienso lo mismo. Es muy extraño. ¿Por qué será?
—Te voy a decir la razón… Como te lo dije: “me acosa un fantasma”. ¡Es una estupidez! Lo sé. Estoy diciendo puras idioteces, pero esas es la verdad. No puedo hacer nada. No se lo había contado a nadie, pero recuerdo que la primera vez que contesté la prueba con todo mi esfuerzo. Esa mugrosa prueba. Mientras la hacía, frente a mis ojos apareció la imagen difusa de una mujer. Era imposible que estuviera en ese lugar. No podía ocurrir. Era esquelética y alta, su cabello, blanco. No sé si tenía puesto un kimono, pero veía perfectamente su cara. Pensarás que es una anciana, porque te dije que su pelo era blanco, pero su cara era pálida; tenía como treinta años. No pude calcular la edad pero su cabello era albino. La mujer estaba parada frente a mi pupitre y desde arriba fisgoneaba fijamente mi hoja de respuestas. Por alguna extraña razón, no pude escribir. Sentía que mi cabeza estaba nublada hasta el grado de no saber qué estaba escribiendo… ¿Quién será esa mujer, tú que crees?
—Pero… —dije confundido—. ¿En el lugar donde usted hizo la prueba había muchos aspirantes, sus pupitres estaban alineados, no era así? ¿Además el examen era en el día, no?
—Sí, en efecto así era —asintió Yamagishi—. Era el medio día y por los vidrios de las ventanas entraba el sol. En el lugar, había mucha gente sentada en fila. Ahí mismo apareció esa mujer con cabello albino. Por supuesto, los otros no la veían. Ella estaba junto a mí. Incluso, había gente que escribía sin ninguna preocupación junto a mí. Simplemente, esa mujer me estorbaba nada más que a mí. El resultado final fue que entregué una hoja de respuestas contestadas sin ningún sentido. Era todo una calamidad. Escribí cosas sin sentido, ni yo mismo entendía. Solamente un examinador ciego me daría puntos buenos. Esa fue la razón de mi primer descalabro. No me desanimé, soy un ser optimista de nacimiento: un despreocupado. Además, mi familia vivía bien allá en mi tierra, yo me la podía pasar jugando uno o dos años sin ningún problema si quería.
—¿Pero qué piensa usted sobre esa mujer? ¿Tienen alguna teoría?
—Yo creían que era una crisis de nervios —contestó Yamagishi.— Aun los despreocupados como yo, estudiamos antes de un examen. Además acababa de salir de la escuela. Repasaba siempre hasta las dos o tres de la noche. Me diagnostiqué neurastenia. Por lo tanto, no consideré que fuese algo raro.
—¿Ya no ha visto más a esa mujer? —le pregunté incisivamente.
—La historia no se acaba ahí. Ahora se pone buena… En esa época yo vivía en una casa de huéspedes en Kanda, pero como había mucho ruido, estaba con los nervios crispados, me mudé a Koishikawa cerca de la Universidad de Tokio, más al norte. Al año siguiente hice el segundo examen. El resultado fue el mismo. ¡Frente a mi escritorio estaba ella! Ésa la de cabello albino, fisgoneando fijamente mi hoja de respuestas. “¡Maldición! ¡Vino de nuevo!”, pensé pero no tuve la valentía para enfrentarla. Sentí que mis ojos se nublaban, mi cabeza igual; era como un sueño… Para no hacerte el cuento largo, fue un desastre… Yo no me desanimé a pesar de eso, eran mis nervios. Así, decidí cambiar de aires. Estuve tres meses por las playas de Shonan. No hice nada. Me sentí mucho mejor. Regresé a Tokio y me cambié de casa. Donde vivimos ahora, en la casa de las Horikawa. La más acogedora hasta ahora. Estaba feliz. Aquí sí podía estudiar y llegó el tercer examen, el del año pasado. Estaba recuperado; sabía de qué se trataba me dije: “Ahora sí podré”. Fui decidido al lugar del examen. Comencé a contestar muy bien, pero de nuevo apareció esa mujer de cabello albino. Pasó los de siempre. No te cuento más los detalles, ya sabes qué pasó. Salí de ese lugar alicaído.
Después de escuchar una historia tan irreal, hasta yo mismo me sentí que estaba como en un sueño. En ese momento nos trajeron nuestra segunda porción de kabayaki que habíamos pedido, pero ya no tenía apetito. No es que estuviese lleno. Yamagishi tampoco probó un bocado.
Era más importante seguir escuchando la continuación del relato que comer esa anguila. Así, le pregunté:
—Entonces, ¿fueron de nuevo los nervios?
—No lo sé —en tono bajo suspiró Yamagishi―. Ante esta situación, me hizo pensar que había algo más. ¿Sabes? Yo siempre le comunicaba a mi familia los resultados de los exámenes, pero les había escondido el detalle de la mujer del cabello albino. Nadie iba a creerme y aun diciéndolo iban a pensar que me inventé todo esa historia tenebrosa; era desleal. Dije que era mi falta de estudio la causa. Solamente yo podía verla, nadie comprendería eso. Aun diciéndolo nadie me creería. Yo mismo me diagnostiqué una neurastenia. En fin… No era necesario informar sobre eso a mi familia. Por eso lo dejé muy guardado. Sin embargo, después del tercer descalabro, me dije a mí mismo: “es algo raro”. Comencé a sospechar. Por entonces, recibí una carta de mi padre. Ahí decía que regresara un momento. Él es un abogado de una ciudad llamada F, en Kyushu. Se casó y tuvo hijos muy joven. A los veintitrés años me tuvo a mí. El año pasado cumplió cincuentaidós años y tiene una buena reputación entre sus colegas. Por esa razón, yo puedo vivir como un bohemio, pero… Mi padre estaba muy enojado con mis fracasos. Así, me dijo: “Regresa lo antes posible”. Volví el fin de año pasado y estuve hasta el año nuevo… Esa parte ya la sabes. ¿Desde que regresé a Tokio has notado algún cambio en mí?
—No, no me he percatado de nada —negué moviendo el cuello.
—Muy bien. Aun una persona como yo, siente vergüenza. Fracasé tres veces en un examen. No tenía muchas ganas de regresar a mi tierra y ver a mi padre. ¡Soy humano! Tenía que decir una excusa. Fue en ese momento que se me salió lo de la mujer del cabello albino. Mi padre cerró los labios y se me quedó viendo profundamente y me dijo seriamente: “¿Es cierto eso?”. Le contesté que era cierto. Él se quedó callado y no me dirigió la palabra. Eso me hizo sospechar más. Viendo el comportamiento de mi padre, comprendí que había algo más detrás. No era una simple crisis de nervios. Pero ya no dijo nada. Yo tampoco lo hice. Sin embargo, dos o tres días después, me dijo: “Ya no vayas a Tokio. No tienes que hacer ese examen para ser abogado”. ¡Así, me dijo! Como no quería quedarme como un parásito le pedí que me diera una oportunidad más. Que me dejara regresar a Tokio. Si fracasaba en esta ocasión, en ese momento regresaría a mi tierra. Lo convencí aunque muy forzadamente. Regresé de nuevo a la capital. Por lo tanto, el examen de este año era mi última carta; era el momento de mostrar un poco de seriedad. Regresé con esa convicción, pero para ustedes sigo siendo el mismo bohemio.
Yamagishi sonrió triste y siguió contando:
—Y bueno, ya sabes, el resultado fue igual… Otra vez la mujer de cabello albino, me hizo la misma maldición. Apareció como siempre al lugar de la prueba, me estorbó. Quiero que sepas que siempre mi asiento cambia en cada examen. Pero ese ente, como si siguiera mi sombra, aparece frente a mí. No hay forma de escapar de ella, Yo creo que es un fantasma, no hay otra forma de definirlo. Estaba furioso. Este espectro me había estropeado cuatro veces mi examen. Así, decidí que por amor propio le ganaría y que el próximo año volvería hacer de nuevo el examen. Sin embargo, hace dos o tres días, recibí una carta de mi padre, la cual decía que regresara a mi tierra. Tenía que cumplir mi promesa, no podía ser un obstinado. Pero había una cosa que me asombró más, la carta de mi padre decía más o menos así:
“Aun pasando forzadamente ese examen, si optas por la abogacía como profesión, ese trabajo solamente te traerá una infelicidad en tu vida futura. Eso pienso yo. Por esa razón, es una buena oportunidad. Decídete y regresa a casa. Busca algún otro trabajo acá. Sé que es doloroso tirar a la basura todos tus esfuerzos emprendidos hasta ahora, pero no solamente te estoy forzando a ti, yo mismo voy a pedir que me borren de la lista nacional de abogados, dejaré la profesión este año”.
—¿Por qué dirá eso su padre? —intervine.
—No lo sé. —contestó pensativo Yamagishi—. Pero he entendido su mensaje. Me he decidido y dejaré Tokio. A finales del año me iré de la Capital. Mi padre tiene actualmente muchos terrenos en F. A lo mejor va a plantar flores en la última etapa de su vida. Estoy pensando seriamente en ayudarlo y dedicarme a la jardinería o bien buscaré otro tipo de trabajo. Lo voy a pensar tranquilo allá en mi tierra.
Una tristeza, una nostalgia invadieron de pronto mi cuerpo. ¡Qué triste! No importaba cuál fuese la causa, el padre dejaba su trabajo de abogado y el hijo tenía que rendirse, abandonando sus sueños para regresar a su tierra. Al escuchar solamente eso, me deprimí, pero más porque mi senpai quien tanto respetaba se iba de la capital. ¡No podía hacer nada! ¡No podía ayudarlo! En silencio baje la cabeza mientras oía lo que me contaba. En ese momento Yamagishi dijo:
—La historia que te acabo de contar esta noche es un secreto entre tú y yo. No se lo cuentes a nadie. ¿Entiendes? Prométeme que no se lo digas ni a Okusan ni a la señorita Isako.
Si se enterase Okusan y más Isako, se sorprendería. Me dio mucha pena de nada más imaginármelo. No era necesario entonces, contarlo. Decidí respetar la petición de Yamagishi.
No comimos ni un bocado de la segunda porción de kabayaki, pero consideramos que no era propicio dejarlo, por eso pedimos que nos los envolvieran para llevar. Yamagishi dijo que serían un regalo para Isako. Un rastrillo para la arena, un camote y un kabayaki, Isako se iba a alegrar mucho, pero me invadió un sentimiento de tristeza al saber que había otra historia detrás.
Una vez que salimos, sopló un viento invernal, era helado y más fuerte que antes. Caminamos a la casa de huéspedes en silencio.
Les dimos sus presentes a Isakon, estaba muy feliz. Okusan también. Para Isako fue doble la felicidad porque era Yamagishi, quien se los daba. De solamente pensarlo, me invadió un sentimiento de pena y hasta me dio tristeza. Así, solamente saludé y me fui a mi cuarto.
En la casa de las Horikawa había varios cuartos para los inquilinos, cinco en el primer piso y dos en la planta baja. Yamagishi vivía abajo en un cuarto de seis tatamis. Por mi parte, yo vivía en el primer, en uno de la zona este, de cuatro tatamis y medio… Les dije lado este, pero créanme esa parte estaba muy cerca de la casa del vecino. Dado que la única ventana daba hacia el norte, el sol no entraba con plenitud, era muy frío. Cuando hacía mucho viento, como aquella noche, uno sentía frío con solamente escuchar como rechinaban las ventanas. No daban ganas ni de estudiar, me metí a mi cama fría, pero no puede dormirme, no podía conciliar el sueño. Era predecible que no lo pudiera hacer.
Comencé a pensar varias veces en el contenido de la plática de esta noche:
¿Quién era esa mujer de cabello albino? Yamagishi pensaba que era un fantasma, pero como les dije, yo no podía creer que un espectro apareciera en el día con tanta gente. Eso era irreal. Además, cuando Yamagishi se lo comentó sin querer a su padre, él actuó raro. Ese comportamiento extraño indicaba que había algo más. ¡El padre sabía algo! Eso se podía deducir. Recuerden, el padre iba a dejar su trabajo como abogado y le había dicho a su hijo que desistiera de hacer el examen. Había alguna relación. Atando los cabos sueltos, deduje que todo estaba relacionado con la profesión de su padre; había un secreto en ese tipo de trabajo. Yamagishi no me reveló más detalles. A lo mejor ese secreto estaba plasmado en la última carta de su padre. Fue por eso que él desistió, eso explicaba la razón de su decisión de regresar a su tierra.
Mi imaginación comenzó a extenderse más y más:
Considerando el tipo de trabajo del padre de Yamagishi, probablemente estaba a cargo de algún tipo de litigio. No debió ser un juicio penal, más bien uno civil. No sé si era la parte acusadora o la defensora. Lo que haya sido, el resultado de ese juicio había sido perjudicial para una señora: una de cabello albino. Ella se suicidó o bien murió en agonía. No importa, el chiste era que antes de morir maldijo al padre de Yamagishi. El espíritu de esa animadversión apareció como un fantasma en el lugar del examen e hizo sufrir al hijo de ese abogado, es decir Yamagishi. Planteándolo de esta manera, cumplía con los requisitos de un perfecto cuento de fantasmas: Pero ¿será posible que un caso tan ficticio pudiera ocurrir en la vida real? Había que admitirlo, era una cuestión imposible.
Se me olvidaba un detalle:
Había que averiguar si esa mujer de cabello albino se aparecía solamente en los momentos cuando Yamagishi hacía su examen o bien lo hacía en cualquier lugar. Por lo que cuenta él, en su viuda cotidiana no tenía contacto con esa mujer, pero eso hay que comprobarlo muy bien.
Al estar pensando todo eso, oí el canto de un gallo, el del expendio de arroz del vecindario.
A la mañana siguiente, producto del viento, parecía que estábamos en invierno. Yo no había podido conciliar el sueño, por lo que sentí con mayor fuerza el frío, pero a pesar de eso desayuné apresuradamente y me fui a la escuela. Para ese momento, el viento había parado, el cielo estaba azul y despejado. Temía que algo pasara en mi ausencia; era una corazonada. Regresé de inmediato en la tarde, en la casa de las Horikawa no se notaba cambio alguno. Isako estaba trabajando como siempre. Yamagishi leía en silencio en su cuarto. Una parte de mi angustia se había desvanecido…
Cuando Isako me trajo la cena a mi cuarto, a las seis de la tarde, era casi de noche. Ya saben en noviembre es casi de noche a esa hora. Mi pequeño cuarto lo iluminaba solamente el poste de luz
—Hoy hace mucho frío, ¿no cree? —me dijo Isako. Observé su pálida cara, casi transparente como siempre.
—Sí, si sigue el frío así ¡Qué invierno nos va esperar!
Isako siempre dejaba la bandeja y la caja para cubrir la comida y salía de mi cuarto, pero esa noche se quedó frente a la puerta sentada mientras sujetaba una de sus rodillas y me dijo:
—Señor Suda, tú regresaste ayer con el señor Yamagishi ¿verdad?
—Sí… Bueno, claro —contesté ambiguamente. En la situación que me encontraba era algo molesto que me preguntaran sobre Yamagishi.
—¿El señor Yamagishin te contó algo? —preguntó como si lo supiera.
—¿Contarme algo? … ¿A qué se refiere?
—Lo que pasa es que en estos días, el señor Yamagishi ha recibido muchos telegramas de su tierra. En este mes, por ejemplo, le llegaron tres telegramas en una semana. En ese lapso, también recibió correspondencia.
—¿En serio? —fingí como si no supiera.
—Creo que es algo importante… ¿Tú no sabes nada?
—¿El señor Yamagishi no te contó nada ayer? Según mi corazonada, creo que se va a regresar pronto a su tierra… ¿No hablaron de eso, verdad?
Quedé sorprendido, pero como le había prometido guardar el secreto a Yamagishi, no podía contarlo inadvertidamente. Como si me hubiera leído mi mente, Isako se acercó:
—Tú siempre estás con él. Tienes una relación muy estrecha con el señor Yamagishi. ¿Sabes algo de él verdad? No me lo escondas. ¡Dímelo, por favor!
En otras circunstancias le hubiera contestado, pero mi respuesta podría atraer más problemas. Además, aunque vivía en la misma casa, no sabía hasta que punto había avanzado la relación entre Isako y Yamagishi, por lo que era un difícil responder. Sin embargo, tenía que cumplir mi palabra de hombre. Resistí el tormento. Fingí demencia. En ese momento, la cara de Isakon empalideció, su semblante parecía malo y dijo algo inverosímil:
—¡Ese señor Yamagishi es una persona terrible! ¡Me da miedo!
—¿Te acuerdas que me trajo un kabayaki anoche? Esa cosa es… ¡Inaudita!
De acuerdo con Isako pasó lo siguiente:
Como era muy tarde ayer, dejó el kabayaki en una de las alacenas de la cocina para comérselo al día siguiente. En el vecindario había gran gato negro callejero. Ese felino se metió en la mañana y sin que se diera cuenta la sirvienta, se tragó una de las brochetas del kabayaki. Así, pensaron que se lo estaba comiendo en el basurero del patio trasero, pero cuando fueron lo encontrando vomitando algo. El gato estaba envenenado. Murió
Al escuchar lo que me contaba, sentí que también era mi responsabilidad un poco y no era pertinente escabullirme de esa plática.
—¿Está segura que el gato se envenenó con la anguila? —dije moviendo la cabeza —. ¿Las otras brochetas de anguila?
—Me dio miedo. Lo discutí con mi madre y decidimos tirarlas todas. Rompimos el kumade, también tiramos el camote.
—Pero nosotros comimos la anguila y véanos, estamos bien…
—¡Es por eso que digo que esa persona es terrible! —le brillaban los ojos a Isako—. Dijo que era un presente, pero todo era una conspiración para envenenarnos. Si no fuese así, cómo te explicas que las anguilas comidas por ustedes no hayan tenido nada y las nuestras estuviesen envenenadas. ¿No se te hace raro?
—Estoy de acuerdo con usted, es algo sumamente raro, pero … Eso es un malentendido de su parte. Esas anguilas no las compramos desde un inicio como regalo; eran las que pensábamos cenar, pero como no lo hicimos, las trajimos de regalo… Yo estuve todo el tiempo con el señor Yamagishi, pero no vi que les metiera algo. Yo doy garantía de eso. O la anguila se pudrió en la noche, o bien el gato se envenenó de otra cosa, son las explicaciones más convincentes, ni el señor Yamagishi ni yo tenemos nada que ver.
Yo defendí detenidamente nuestra situación, pero Isako seguía sospechando y no se convenció. Lejos de eso, me fulminó con la mirada, me sentí molesto.
—¿Por qué usted sospecha tanto del señor Yamagishi? ¡Simplemente se murió un gato! ¿Hay alguna razón más? —inquirí.,
—Hay otras razones, sin duda.
—¡No te las voy a decir! —Isako contestó claramente. Era un comportamiento que buscaba evitar cualquier deliberación.
Me enojé, pero no era prudente, discutir con una Isako en estado de histeria. Era una pérdida de tiempo. Decidí mejor callarme. En ese momento, escuchamos la voz de la Okusan proveniente desde abajo, Isako se retiró en silencio.
Mientras comía solo, pensé:
A diferencia del asunto del fantasma, lo del veneno, debe ser cierto… No solamente Isako sino también Okusan piensan lo mismo, por el bien de Yamagishi era mi deber resolver ese embrollo.
Pero mi duda era ahora: “¿Sabrá todo el alboroto que se ha armado?”. Era necesario indagar primero eso, cené y bajé de inmediato y me dirigí al cuarto de Yamagishi para preguntarle, pero no lo encontré. Había cenado y se había ido a pasear a algún lugar.
Mi cabeza estaba echa un desastre. No tenía ganas de subir al primer piso, a mi cuarto. Salí de la casa y en ese momento Okusan me vio y me persiguió.
Al escuchar que me llamaban, paré a treinta metros. En la calle había un buzón rojo, estaba parado ahí como si tuviera frío. Me quedé esperándola, Okusan vino corriendo sin mucha velocidad. Vio que no había nadie y en voz baja me preguntó:
—Oiga… Isako… ¿Le dijo algo?
No sabía que responder, me quedé pensando en la forma como lo haría, pero fue Okusan quien dijo:
—¿Isako no le preguntó sobre las anguilas?
—Si lo hizo —contesté decidido—. Algo de un gato negro que murió por comer la anguila de ayer…
—El gato murió. Eso es cierto, pero… Isako sospecha sin fundamento. Estoy muy preocupada.
—¡Caray, sus sospechas no tienen fundamento! ¡El señor Yamagishi no haría una cosa tan estúpida!
Mi voz sonaba tan alterada que Okusan quedó anonadada, pero volvió a ver hacia atrás y me susurró:
—No sé si usted lo sepa, pero en estos días han llegado muchos telegramas y cartas de la tierra del señor Yamagishi. Cada vez que pasa eso, mi hija le afecta. Ha comenzado a decirme que se va a regresar a su pueblo…
—Suponiendo que el señor Yamagishi se regrese ¿Qué hay con eso? ¿la señorita Isako está comprometido con él? —pregunté ya sin ningún respeto.
Okusan mostró una cara de malestar, no podía responder y se quedó un momento callada. Al observar su comportamiento, era como lo temíamos todos los inquilinos; había algo entre Yamagishi e Isako. Además, era claro, Okusan había dado su consentimiento.
—Ya sabe que el señor Yamagishi es una persona así. Aun en el caso de que regrese a su tierra, no creo que lo haga de súbito sin decir eso. Les explicaría a ustedes. Todo se puede arreglar de una manera armónica. No es necesario preocuparse tanto. No importa lo que diga la señorita Isako. Él no tiene ni vela ni entierro en el asunto de la anguila.
Le expliqué de nuevo lo que le dije a Isako, Okusan comprendió y asintió.
—Entonces eso fue. Lo que usted dice es verdad. El señor Yamagishi no pudo haber hecho una cosa tan semejante. Yo entiendo eso, pero Isako, aunque no es su personalidad, ella es muy tranquila, pero en estos día ha sospechado de él…
—¿No será un ataque de histeria?
—¿Será? —dijo Oku-san, su cara estaba afligida y alzó una ceja.
Yo me sentía un poco indignado, pero al ver la cara de preocupación de Okusan, quien siempre había sido tan tranquila y tan buena conmigo, sentí una gran pena. Quería consolarla. En ese momento, el cartero vino a recoger la correspondencia y tuvimos que alejarnos de ahí.
Cuando volteamos, Isako estaba parada a lo lejos, en la puerta de la casa, nos observaba, pero no la distinguimos bien, la luz del faro era muy tenue. Nos espantamos un poco. Isako se dio cuenta que la habíamos hallado y se escondió como si despareciera
Me despedí de Okusan y caminé rumbo hacia la calle, hacia Kojimachi. En ese momento, un coche pasó mientras caminaba. Todo a mi alrededor estaba obscuro, pero los focos delanteros eran tenues. Pensé que era lago raro. Cuando pasó junto a mí vi de reojo quién iba adentro. Era una señora. Parecía tener el cabello blanco. Me dieron escalofríos, quedé parado, el coche pasó como el viento, se dirigió no sé a dónde, desapareció. No me acuerdo.
Probablemente, era una alucinación mía. Tenía que serlo. Yamagishi me había contado mucho sobre el fantasma: aquella mujer de cabello albino. Por eso, pensé que la persona que iba en ese coche era ella. Suponiendo que tuviera el cabello albino, en este mundo hay muchas ancianas con canas. Simplemente tenía el pelo blanco y no era la mujer quien estaba atormentando a Yamagishi. Era absurdo concluir que fuese la misma persona. Independientemente de eso, era una tontería estar preguntándome, algo como eso, pero de todos modos se me hizo una situación tétrica. Me hizo sentir miedo.
—Ja, ja. Soy un miedoso. Eres un cobarde.
Dije y me ridiculicé a mí mismo. Caminé con las piernas abiertas y me fui por el camino luminoso, por donde pasaba el tren. No soplaba como ayer, pero hacía mucho frío. Llegué sin ningún problema a Yotsuya Mitsuke, pero los pasos fueron rápidos. No traía puesto ni un gorro ni un abrigo, sentía que el viento se impregnaba en mi cuerpo, pero mi preocupación era que pasara algo siniestro en mi ausencia. Mis pasos se hicieron más rápidos conforme llegaba a la casa; pasé la calle trasera. La luz de la luna alumbraba la escarcha, en algún lugar de esa ciudad luminosa un perro ladraba desde lo lejos.
Pasé la puerta de la casa de las Horikawa, quedé sorprendido. Mientras yo daba la vuelta a todo Yotsuya Mitsuke, Isako había ingerido un veneno o un medicamento fuerte. Estaba muerta. Yamagishi no había regresado todavía. Ella entró al cuarto de él y se quitó la vida ahí. Había una carta en el cinturón de su kimono. Estaba dirigida a su madre: “Fui asesinada por un hombre llamado Yamagishi”.
Decía solamente esas palabras. Okusan quedó espantada. Su hija había ingerido veneno para suicidarse y no podía dejarla así. Cuando yo llegué, estaba justamente la policía y los peritos, investigando el lugar en donde había ocurrido el siniestro.
La sirvienta les había soltado lo del gato muerto. Yo también fui interrogado. En ese momento regresó Yamagishi. Lo arrestaron. Isako se había suicidado, pero aún no se había esclarecido el caso del gato. Además, en un papel decía: “Fui asesinada por un hombre llamado Yamagishi”. Era entendible que lo hicieran.
Dicen que Yamagishi negó su relación con Isako, mientras lo interrogaban:
—Fue solamente una vez. En el comienzo del verano de este año. Yo estaba tomando un paseo frente de los cerezos de la embajada inglesa. Quería refrescarme. La señorita Isako me estaba siguiendo desde atrás, me percaté y la invité a caminar; luego hablamos juntos como una hora; estuvimos solamente hablando. En ese momento me preguntó: “Por qué no se ha casado? Yo le contesté sonriendo: “Nadie se casaría con un hombre que no pasa el examen de abogacía, año tras año”. Ella insistió: “Pero supongamos que hubiese alguien quien lo quisiera hacer. ¿Se casaría?” Yo contesté: “Si hubiese una persona tan amable lo haría con mucho gusto”. Eso es lo que me acuerdo. Fue solamente eso. Después de eso, la señorita Isako no me dijo nada. Yo tampoco dije más.
—Yo sabía más o menos que mi hija estaba enamorada del señor Yamagishi. De ser posible, quería cumplir ese deseo, pero no creo que haya habido una relación amorosa entre los dos.
Analizando sus declaraciones: “Simplemente, Isako se había puesto triste al darse cuenta de que Yamagishi se preparaba para partir a su tierra. Era un desamor y eso la llevó a suicidarse”. No había otra explicación. La que mató al gato fue ella misma. Quería probar el efecto del veneno y lo puso adrede en la anguila. Eso es lo que se especulaba. Le hicieron una autopsia al gato. El veneno era el mismo que había ingerido Isako.
Lo que no había quedado claro era por qué Isako dejó como prueba al gato muerto y acusó a Yamagishi de querer envenenarla a ella y a su madre. A lo mejor era una reacción de su ataque de histeria, producto del desamor. No había que tenerlo en consideración.
De este modo, Yamagishi fue absuelto. No hubo más escándalo y todo se solucionó de manera normal. Pero había un detalle que seguía siendo un misterio: el cabello del cadáver de Isako se tornó blanco de manera natural. Cuando la metieron al féretro tenía el cabello albino, parecía una anciana. Probablemente fue producto del veneno que ingirió, dicen algunos, pero en el momento del velorio, Okusan había contado lo siguiente:
—Esa noche. Después de que me despedí del señor Suda y regresé a la casa, no vi dónde estaba Isako. Acababa de entrar, no podía imaginarme dónde se había metido. Me senté frente a la estufa de la estancia, en ese momento escuché que un coche se paraba frente a la esquina. Pensé que alguien había venido. Salí sigilosamente a ver quién era. Pero no había ningún rastro de un coche. Me dije a mi misma. “¿Qué raro?” Busqué en los alrededores y fue cuando la sirvienta llegó corriendo diciendo: “¡Qué calamidad! ¡Qué calamidad!”. Regresé a la casa asustada. Isako estaba tirada en el cuarto de Yamagishi-san”.
Las demás personas estaban escuchando en silencio. Yamagishi también. Yo era el único que no podía estar sin decir nada. ¡Eso pensé! Estuve a punto de decir: “Ese coche…”. Pero me abstuve. Consideré que no era pertinente decirlo frente a Okusan, quien no sabía nada.
Al día siguiente, después de que terminó el funeral, Yamagishi tomó el tren nocturno, regresaba a su tierra. Yo lo acompañé hasta la estación de Tokio. Era una noche sin estrellas, me acuerdo que era obscura y fría. Mientras aguardábamos en el cuarto de espera, le conté rápidamente el incidente del coche. Yamagishi asintió y le pregunté:
—¿Usted veía solamente a esa mujer de cabello albino en el lugar del examen? ¿Dígame, no la veía también en otros lugares?
—Desde que comencé a vivir en la casa de las Horikawa la veía a menudo —contestó sin titubear—. Ahora te lo puedo decir sin ocultártelo, pero la cara de ese fantasma, ese demonio de cabello albino, era muy similar a la de la señorita Isako. Me dijeron que después de que murió, su cabello se le volvió blanco, pero te lo voy a confesar solamente a ti… Para mí siempre tuvo de ese color: albino.
Quedé inmóvil… Me dieron escalofríos. Justo en ese momento sonó la campana anunciando la salida del tren.