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"El cortador de bambú" (versión completa)
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Yamamoto Tsunetomo
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Yoshida Sunao
Trinity Blood
La estrella de la desolación (2001-2003)
Toriniti Burado Reborn on the Mars (R.O.M)(Trinity Blood: Renacimiento en Marte)
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Natsuo Kirino III
Crónicas de una diosa (2013)
(epub)
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Mishima VI
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Enrique Gómez Carrillo II
De Marsella a Tokio
( prólogo de Rubén Darío)
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Banana VII
Sueño profundo (1994)
Siempre que me acerqué a un libro de Banana, estaba Mariana Enriquez en simultáneo haciendo su reseña. Para mí, ya son una pareja indisociable.
Las bellas durmientes
Tres relatos hipnóticos conforman uno de los primeros libros de Banana Yoshimoto, que ahora se publica en castellano. Por Mariana Enriquez
Sueño profundo, una colección de tres relatos, se publicó originalmente en 1989, apenas dos años después del debut y gran éxito de Banana Yoshimoto, la novela corta Kitchen. Pero parece muy posterior, como si Yoshimoto hubiera madurado en tiempo record: los relatos de este breve y hermoso libro (“Sueño profundo”, “La noche y los viajeros de la noche” y “Una experiencia”) tienen pocos guiños pop adolescentes o citas a la modernidad urbana de Tokio; son íntimos, desolados y se instalan en una frontera que no es sólo la del sueño y la vigilia, sino también la de la vida y la muerte. Los temas de los relatos son el duelo y la depresión, aunque nunca se nombran de forma explícita. Y las protagonistas son mujeres jóvenes que describen, en primera persona, las crisis que les toca atravesar.
“Sueño profundo”, el primer relato, está protagonizado por Terako, una chica que lucha por mantenerse despierta, afectada de ataques de sueño casi patológicos; está intentando superar el suicidio de su mejor amiga, Shiori, una “prostituta” que sólo dormía al lado de sus clientes (como las mujeres de La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata); al mismo tiempo, lidia con una compleja relación con su amante, un hombre que le es extrañamente fiel a su esposa, que se encuentra en estado de coma. Aunque la mirada al mundo interior de Terako es sutil y de un estilo delicioso, es el relato que menos funciona, por sobrecarga y cierto trazo grueso en el simbolismo sueño/muerte. Pero el segundo relato, “La noche y los viajeros de la noche” es tan superior que redime por completo el no tan promisorio comienzo. La protagonista/testigo es Shibami, que trata de contener, de diferentes modos, a las dos mujeres que amaron a su hermano muerto: Sarah, una norteamericana, y Marie, una prima que vivía un romance secreto con el muerto, y que ahora deambula insomne por luminosos bares de los límites de la ciudad. Es un estudio sobre la pérdida y lo irremplazable, sobre vidas truncas. Y Yoshimoto escribe con elegancia y sin sentimentalismo, pero con una empatía conmovedora. “Una experiencia” es el cierre perfecto. Fumi es una chica que trabaja en un negocio, con un novio del que está enamorada, y una vida rutinaria pero agradable. Sin embargo, cada noche se emborracha profundamente para poder dormir. Y, en sueños, escucha una música hermosa, que la consuela. Inesperadamente, a partir de un recuerdo del pasado de Fumi, de una extraña mujer que conoció y ha muerto, “Una experiencia” vira hacia el relato sobrenatural y se convierte en un cuento de fantasmas –aunque no de horror–. “Comprendí, de súbito, que el pasado quedaba muy lejos”, dice Fumi. “Más lejos que la muerte, más lejos aún que la distancia insalvable que hay entre una persona y otra.”
Con doce novelas publicadas, seis millones de ejemplares vendidos y un status de superestrella en Japón (Kitchen tiene varias versiones cinematográficas), la hija del filósofo Ryumei Yoshimoto y hermana de una célebre dibujante de manga es conocida como una mujer independiente, representante de las nuevas generaciones japonesas, y muchos críticos han calificado su obra de escapista. Cierto, Banana Yoshimoto parece tener dos personalidades: leve en obras como Kitchen, pero también minuciosa, profunda sin caer en la solemnidad y sencilla de modo tal que su descripción de la angustia nunca cae en el relato clínico. Sueño profundo pertenece a esta categoría, como su relato debut, “Moonlight Shadow”: una escritura tan hipnótica como dinámica, y una capacidad asombrosa de componer personajes sólidos aunque se muevan en un territorio onírico, en una suerte de niebla que parece querer arrancarlos de este mundo.
Agua que has de beber
Con una serie de novelas extrañas y sugerentes, Banana Yoshimoto se ha convertido en emblema de la nueva mujer japonesa. Amrita expone un melodrama místico protagonizado por diferentes modelos de lo femenino.Por Mariana Enriquez
Amrita se publicó originalmente en 1997, diez años después del superexitoso debut de Banana Yoshimoto, que inició su carrera con la novela Kitchen y el relato Moonlight Shadow, publicados en un solo volumen cuando ella tenía 23 años. La década entre aquel texto de juventud y esta novela sólo ha profundizado y estilizado los temas recurrentes en la obra de Yoshimoto, que también aparecen en Sueño profundo, una colección de relatos publicada en 1989: la ansiedad por capturar la existencia, que sus personajes perciben como frágil y fugaz con una ansiedad e intensidad casi dolorosa; el profundo trauma del duelo; los lazos familiares; y sobre todo la condición de la mujer en Japón, la necesidad de romper con la fantasía de la fémina oriental sumisa para avanzar hacia un modelo independiente, extravagante y consciente. Quizá demasiado consciente: en Amrita, la protagonista Sakumi analiza tanto lo que piensa y siente que por momentos se vuelve empalagosa, aunque el efecto diario íntimo parece buscado (hay que apuntar, no obstante, que mucho se pierde en la traducción, tanto idiomática como cultural).
Lo que cuenta Amrita es un período de excepcional intensidad en la vida de Sakumi, una mujer joven que acaba de perder a su hermana, una famosa actriz que tomó una sobredosis de pastillas y “no quiso salvarse”. Sakumi vive en un auténtico gineceo: con su madre, su prima, la mejor amiga de su madre y su hermano pequeño de 11 años. A la distancia mantiene una relación de cortejo con Ryuchiro, el viudo de su hermana. Pero lo que aparenta ser una novela romántica y costumbrista en las primeras páginas se desbarata a medida que avanza la novela, y las intenciones de Yoshimoto se vuelven más ambiciosas y a la vez más simples. Amrita significa “agua que beben los dioses”; el título parece elegido por la idea del fluir de la existencia, de la vida como río o incluso como mar, con sus eternos vaivenes y repeticiones.
Pero lo que vive Sakumi es un torbellino en esa corriente. No sólo debe lidiar con un amor romántico que supone una traición profunda sino que además ella misma sufre un accidente, se golpea la cabeza y durante unos meses –lo que tarda la total recuperación– pierde fragmentos de memoria. Amrita funciona como la historia de la reconstrucción de una identidad después de un impacto muy fuerte, como si la protagonista aprendiera a caminar de nuevo. Es un aprendizaje lento y repetitivo, a veces de forma innecesaria. Y, muy al gusto de Yoshimoto, aparece enseguida la vertiente sobrenatural, con el hermano pequeño que presenta signos de ser vidente, y una pareja de amigos que tiene la capacidad de poder comunicarse con los muertos. Hacia el final, todo se aplaca: el niño pierde sus “poderes”, la memoria se recobra, las experiencias cercanas a la muerte quedan atrás. Vuelve la vida menos excepcional: la que se ha transformado, sin embargo, es Sakumi.
Yoshimoto es una especialista en las observaciones melancólicas, y de esa habilidad parte el clima que sobrevuela el libro, una especie de minuciosa nostalgia, un inventario de lo perdido, de los momentos inapresables. Escribe, por ejemplo: “Cuando se hace un viaje de dos o tres días con las mismas personas, cuando no hay distinción de sexos y no hay que trabajar, a causa del cansancio o de otras razones, nos aceleramos de forma extraña. En el coche, en el camino de vuelta, no conseguimos separarnos de los otros, reina una atmósfera muy alegre, cualquier conversación nos parece interesante y divertida, y estamos tan contentos que casi tenemos la ilusión de que ésa es la verdadera vida”.
Pero, además de la fugacidad de lo vivido, a Yoshimoto le interesa escribir sobre chicas poco convencionales y familias poco convencionales. Las chicas de Amrita son todas fascinantes: Eiko, la niña rica apuñalada por la mujer de su amante; Saseko, la hija de una prostituta que de bebé dormía abrazada a un vibrador, convertida en una médium capaz de cantarles a los muertos y hacerlos salir del mar; la madre, con sus varios matrimonios; Mayu, la estrella muerta.
Con doce novelas publicadas, seis millones de ejemplares vendidos y un status de superestrella en Japón, Banana Yoshimoto, escritora hija del filósofo Ryumei Yoshimoto, es conocida como una mujer independiente, representante de las nuevas generaciones japonesas, y muchos críticos han calificado su obra de escapista. Una tontería que le cayó encima por Kitchen y sus referencias a la cultura pop. Hoy, veinte años después del debut, se la puede leer en todo su esplendor de escritora inquieta, exagerada y capaz de sorprender con ramalazos de belleza.
Mar adentro
Publicada originalmente hace veinte años, esta novela de Banana Yoshimoto es una amable inmersión en el último verano de la adolescencia. Por Mariana EnriquezEsta novela de Banana Yoshimoto, publicada por primera vez hace casi veinte años –en 1989– viene con una aclaración, una especie de advertencia. Dice la autora en el posfacio: “He escrito esta novela porque quería plasmar las sensaciones que colman esos días: un dulce ocio en el que se suceden los paseos, los baños y los atardeceres, con el mar siempre presente. Así, si yo o alguien de mi familia perdiera la memoria, sólo tendrá que leerla para recordar ese lugar”. Es como si anunciara que Tsugumi es una novela anómala en su obra, una vacación, un descanso.Y hay, en efecto, algo de pereza. De todas las novelas y colecciones de relatos de Yoshimoto que se conocen en castellano, Tsugumi es el trabajo menos interesante: sí, están los temas que recorren la obra de la popular escritora japonesa (la ansiedad por capturar la fugaz existencia, el duelo, los lazos familiares), pero aparecen sin la extravagancia y el aire afiebrado que volvían tan curiosas y únicas a novelas como Amrita o la célebre Kitchen, o a los raros cuentos de Sueño profundo.Tsugumi es una novela sobre un último verano. Dos primas que se criaron juntas en un hostal de la península de Izu se reencuentran en el fin de la adolescencia (tienen 19 años). El hostal pronto cerrará sus puertas, engullido por un gran hotel turístico en construcción; la familia abrirá otro, en las montañas. El último verano del hostal Yamamoto es, además, un adiós al mar. Es lo que más le duele a María, la prima narradora, que ahora vive en Tokio con sus padres y estudia en la universidad; la otra prima sigue en el pueblo de la costa porque una enfermedad le impide hacer una vida normal. La enferma es la Tsugumi del título, y tiene todas las características de una heroína de novela inglesa del siglo XIX: la muerte inminente a causa de un mal no específico (Yoshimoto nunca da un “diagnóstico”, sólo apunta debilidad y fiebres), la belleza frágil, el romance intenso y una personalidad fuerte, decidida, algo tiránica. Justamente por eso, porque es un lugar común, el personaje de Tsugumi no logra fascinar; y si bien son hermosos los pasajes marinos de la novela, y son muy inquietantes los incompletos retratos de estas mujeres japonesas que viven entre la sumisión más absoluta y la incipiente liberación que se expresa como una gran angustia, hay algo decididamente convencional en Tsugumi, que no puede ir más allá de ser una novela amable y veraniega, construida con gran inteligencia y buen gusto, claro está. Tsugumi, la adolescente que vive sus meses de gloria agónica, tan romántica y malhumorada, no consigue esa palpitación verdadera que siempre tuvieron las mujeres de Yoshimoto. Y Tsugumi resulta decepcionante sobre todo porque Yoshimoto es una escritora capaz de tomar temáticas estereotipadas como “femeninas” (el enamoramiento, la familia, la cocina, o en esta novela el verano y la relación con el padre) y retorcerlas hasta hacerlas entrar en su peculiar mundo, siempre de superficie amigable pero con un interior oscuro, lleno de recovecos, nostálgico hasta la depresión. Aunque en esta novela se queda sólo en la superficie.
Cerrado por duelo
En un volumen de cuentos de 2003, Banana Yoshimoto plantea diferentes formas del duelo: cómo elaborar la infancia traumática, el abandono, el abuso y la muerte. Otra muestra de su fina percepción y su intimismo desolador.Por Mariana Enriquez
A mediados de los años ’80, cuando todavía era una estudiante universitaria, Banana Yoshimoto publicó la novela Kitchen, que la hizo muy famosa en Japón y la convirtió en la escritora japonesa más traducida y más conocida fuera de la isla. Aquella novela, en su primera edición, estaba acompañada por un relato llamado Moonlight Shadow que era extraordinario y revelaba un costado diferente de la narradora, con toques sobrenaturales y una inmensa melancolía. Yoshimoto siguió publicando relatos en esa línea íntima y desolada, con jóvenes mucho más preocupados por el duelo, la infancia triste y el futuro incierto que por la cultura pop o la cultura urbana de Tokio, temas con los que suele asociarse, un poco imjustamente, a la autora. En 1989 editó la colección Sueño profundo (publicada por Tusquets en 2006) y ahora llega Recuerdos de un callejón sin salida, libro de cuentos de 2003, época en que, según admite la propia autora en un breve posfacio, “últimamente sólo escribo tristes y dolorosas historias de amor”.
Los relatos de Recuerdos de un callejón sin salida se vertebran alrededor del duelo: cómo sobrevivir a una infancia traumática, al abandono, a la muerte, al abuso (en “La felicidad de Tomo-chan” la protagonista es víctima de una violación en la adolescencia). Y ese duelo, casi siempre sereno, termina confundiéndose con la vida, con la experiencia. En fin, termina confundiéndose con la fascinación por la vida cotidiana que define la literatura de Yoshimoto y que sintetiza bien en “La casa de los fantasmas”: “Algún día desapareceremos sin dejar rastro, como la pareja de ancianos. Podría parecer una vida simple, pero en realidad pertenece a una inmensa corriente, no menos apasionante que vivir una aventura en los siete mares”.Los cinco cuentos de Recuerdos... son efectivamente melancólicos, reflexivos. “La casa de los fantasmas”, que abre la colección, es el encuentro entre dos jóvenes solitarios, hijos de dueños de restaurantes: Yoshimoto tiene una particular inclinación por la gastronomía; en su literatura la comida representa el placer en lo cotidiano, la calidez sencilla, el hogar. Los jóvenes se enamoran de a poco y sin pasión desatada y los encuentros ocurren en un departamento de un edificio a punto de ser demolido, un departamento embrujado por la pareja que solía vivir allí, dos ancianos que, mientras los jóvenes se enamoran, siguen con sus tareas diarias como si nada hubiera pasado, como si no estuvieran muertos. “¡Mamáaa!”, el segundo relato, es posiblemente el mejor: una mujer que trabaja en una editorial accidentalmente come un almuerzo envenenado en el buffet de la empresa y, durante su recuperación, tiene que lidiar con la desconfianza, la curiosidad morbosa de los demás y, sobre todo, los recuerdos fragmentados de su infancia, su madre violenta, el padre muerto. También la infancia es central en “La luz que hay dentro de las personas”, un sencillo y trágico relato sobre una amistad infantil truncada por la muerte. Y el relato del título, “Recuerdos de un callejón sin salida”, tiene el arco narrativo y la elaboración de personajes de una novela corta: una mujer joven, Mimi, sobrevive a duras penas al abandono de su novio –un cobarde a quien ella, sin embargo, perdona una y otra vez, hasta la negación– y la ayuda en su duelo Nishiyama, un barman hijo de un famoso novelista que, cuando era niño, sufrió abusos de su padre, que lo encerraba en una habitación y no le daba de comer.
Así es: con un estilo sencillo y puro, reflexivo pero jamás rebuscado, Yoshimoto escribe sobre enormidades, la muerte, el abuso infantil, el asesinato, el suicidio, el abandono y ese contraste resulta en una sensibilidad muy particular, elegante e ingenua, de extraña madurez.
DUELO DE FANTASMAS
Desde la inaugural Kitchen y a lo largo de más de diez libros, Banana Yoshimoto se ha dedicado a explorar las diferentes formas del duelo, cómo las personas procesan las pérdidas definitivas, las heridas del amor y la muerte. En esa dirección, El lago se presenta como un esquivo diálogo entre fantasmas, unos seres muy frágiles en un laberinto de pasiones inciertas.Por Mariana Enriquez
Cuando Banana Yoshimoto debutó en la literatura con la novela Kitchen, a los 24 años, se convirtió rápidamente en un fenómeno de ventas, con seis millones de ejemplares vendidos, más de sesenta ediciones y dos muy importantes premios, el Kaien y el Izumi Kyoka. Para sus lectores occidentales, que rápidamente también fueron muchos, la novela presentaba un Japón que hoy resulta reconocible pero entonces era una revelación: el de los jóvenes solitarios, el manga, los videogames, las relaciones a tientas en las ciudades. Pero de lo que realmente se trataba Kitchen, por debajo del lenguaje sencillo y la frescura, por debajo de su energética modernidad, era sobre el duelo; sobre la vida de los vivos después de la muerte, sobre las maneras de reponerse y continuar tras la pérdida. En Kitchen, Mikage, la protagonista, queda sola en una enorme casa después de la muerte de su abuela y se refugia en la cocina, donde se siente a salvo. Poco después se hace amiga de Yuichi, su vecino, que le ofrece refugio y la invita a convivir con él y su madre, Eriko, una transexual que decidió su identidad femenina después de la muerte de su esposa y madre de su hijo. Esta peculiar y precursora –y divertida– familia diversa literaria fue el secreto del éxito de la novela debut de Yoshimoto, al punto que era fácil olvidarse de que esos nuevos vínculos se formaban alrededor de la ausencia.
En toda su producción posterior, Banana Yoshimoto continuó tematizando el duelo; en el extraordinario relato “Sueño profundo” (1989), era otra mujer joven la que intentaba superar el suicidio de su mejor amiga, una prostituta; en Moonlight Shadow, la nouvelle que acompañaba a Kitchen, una adolescente intentaba comunicarse con su novio muerto; en la novela Amrita (1997), los que están de duelo son Sakumi y Ryuchiro, hermana y novio de Mayu, una famosa actriz que murió después de una sobredosis de pastillas. En Recuerdos de un callejón sin salida (2003) los duelos, las pérdidas y la supervivencia se extendían al abandono, el abuso, la infancia traumática.
En ese sentido, El lago, su más reciente novela traducida al castellano (publicada en Japón en 2005) resume sus obsesiones y es, quizá, su texto más misterioso. Como todas las novelas de Yoshimoto, El lago está protagonizada por una mujer joven algo perdida, en un momento de transición; una imagen recurrente en la ficción de Yoshimoto es el sueño como ese lugar donde nada de lo que sucede es real pero todo puede resultar muy vívido, como un estadío intermedio, de preparación, pero con el riesgo de volverse parálisis permanente. Chihiro, la protagonista de El lago, acaba de perder a su madre, la dueña de un boliche en una ciudad de provincias, amante de un empresario; ella es la hija de esta pareja clandestina (aunque su padre no es casado, jamás quiso formalizar con una mujer “de la noche”). Y ahora tiene que lidiar no sólo con el dolor de la pérdida sino con la decisión de qué tipo de mujer será ella, si se rebelará contra la figura de su madre, una mujer extravagante y fuerte que, al mismo tiempo, aceptó ser relegada para no enfrentar el conservadurismo de su sociedad. En Tokio, lejos de su padre y de los recuerdos de su madre –que, sin embargo, la visita en sueños–, Chihiro conoce a Nakajima, un vecino atractivo y frágil, que también está de duelo. Su madre también acaba de morir. El romance se desenvuelve lentamente; Nakajima tiene pesadillas, cierta fobia al sexo, come muy poco, es obvio que padece estrés postraumático y aunque no habla de su infancia, Chihiro intuye que sufrió abusos, aunque no sabe, ni pregunta, en qué circunstancias ocurrieron. Ella tampoco siente deseo sexual: el contacto con el cuerpo agonizante de la madre la dejó sin apetitos: “Quizá tuviera que ver con el hecho de haber estado, día tras día, viendo culos, orinales, botellas de orina. Quizás estuviera cansada de experimentar que el ser humano es carne. Carne empapada de agua”. Los dos viven juntos en este limbo de duelo, en un estado de suspensión; ella pinta un mural en un jardín de infantes, él estudia ciencias; él llora antes de dormir y parece dañado hasta lo irreparable, ella piensa y recuerda: Chihiro es la narradora típica de Yoshimoto, es su estilo, sencillo, coloquial, que suele perderse en tangentes o volverse repetitivo, con largas reflexiones-confesiones, como si pensara en voz alta, como si le hablara a un diario íntimo o necesitara todo ese diálogo interno para encontrar alguna conclusión, el puente hacia el otro lado del limbo.
El lago es un diálogo entre estos dos personajes, lleno de silencios y zonas secretas, una conversación fantasmal sobre el amor y la dependencia, el deseo y la muerte, la reparación y el juego, con el lago remoto como única constante en sus vidas unidas por un delgado hilo, el que Banana Yoshimito les da con su voz tan llana como poética para ayudarlos a transitar el laberinto.Y el limbo dura hasta que Nakajima propone, un día, visitar a sus únicos amigos, una pareja de hermanos que vive aislada a orillas de un lago. Chihiro accede a la excursión y se encuentra con una escena que la desconcierta pero no le desagrada: un paisaje de extraordinaria belleza y dos hermanos pobres, pulcros, uno de ellos, la mujer Chii, siempre en cama, durmiendo, con poderes de adivinación. En la relación entre estos dos hermanos con el pasado de Nakajima –relacionado vagamente con la secta Aum Shinrykio que en 1995 ejecutó atentados con gas sarín en el subterráneo de Tokio– está el secreto de esta sencilla y oscura novela, donde la muerte ya no sólo está en el pasado, como el rito de pasaje: para Nakajima, el joven roto, la muerte también está en el presente: algo en su desamparo, su transparencia, sus pensamientos suicidas, lo acerca más al mundo de los espíritus que al de los vivos. Chihiro, que oscila entre la compasión y el fastidio (“Esto no es amor, es una forma de voluntariado”) tiene que decidir si va a quedarse con Nakajima para acompañarlo en su agonía o va a intentar proteger esa fragilidad para conservarla entre los vivos como una anomalía posible.
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Comunicado
En el día de ayer, una persona con claros problemas emocionales, ortográficos y de gramática, realizó en esta página un posteo de notable bajeza, remarcable mendacidad y, por sobre todas las cosas, inocultable cobardía. Sin embargo, su denodado esfuerzo por ensuciar mi nombre y el de la gestora de esta página (calculo que ese era el objetivo final) ha sido en balde. Por un lado, en lo personal, no me ofende el que quiere sino el que puede, y en este caso está claro que alguien con el rencor social y el problema de ego manifestado en sus líneas, difícilmente tenga altura moral e intelectual para ensuciar a nadie. Por otro lado, los usuarios de Internet mayores de 9 años ya conocen la lamentable tendencia lúdica de los espíritus inmaduros y carentes de belleza. Me solidarizo entonces con Ro Makioka, colega y amiga entrañable por el lamentable incidente. Pido disculpas a los lectores que se hayan visto violentados por la misiva del idiota en cuestión y le sugiero al susodicho que haga terapia así, tal vez, algún día se realice como persona y pueda disfrutar, como el resto de nosotros, de la vida en general y de la belleza literaria que ofrece este blog en particular.
Saludos cordiales a todos,
Damián Blas Vives
Coordinador del taller de literatura japonesa de la Biblioteca Nacional
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Masako Togawa
Lady Killer (1985)
Un beso de fuego (1987)
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Yasushi Inoué
La escopeta de caza (1949)
http://www.mediafire.com/download/drg7dmksyk3is2w/Inoue+Yasushi+-+La+Escopeta+De+Caza.epub
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Izumi Kyoka
(versiones en inglés)
"The Saint of Mt. Koya"(1900)
Japenese gothic tales
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Más Kyoichi Katayama
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Más Takiji Kobayashi
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Felicidades
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Takashi Hiraide
El gato que venía del cielo (2001)
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Enrique Gómez Carrillo III
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Yokai
The Book of Yokai
Mysterious creatures of japanese folklore
Michael Dylan Foster
With Original Illustrations by Shinonome Kijin
http://www.mediafire.com/download/rnkcccafpk3ri52/the_book_of_yokai_bibliotikus.net.pdf
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Junichi Watanabe
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Ariyoshi Sawako
(versiones en inglés)
"Jiuta": http://www.mediafire.com/download/l258xqvbe8y5m5b/Ariyoshi%2C+Sawako+-+Jiuta.pdf
"The ink stick": http://www.mediafire.com/download/dmks66ptzqapzkj/Ariyoshi%2C+Sawako+-+The+Ink+Stick.pdf
"The village of Eguchi":
http://www.mediafire.com/download/g9kgkbl2ccg60s0/Ariyoshi%2C+Sawako+-+The+Village+of+Eguchi.pdf
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David Peace
Trilogía Tokio I:
Tokio año cero (2007)
http://www.mediafire.com/download/aagupieonx8i1zg/Peace%2C+David++Tokio%2C+ano+cero.epub
Reseña publicada en Revista Otra Parte
Tokio año cero
David Peace
Marcos HerreraAlgunas novelas de género hacen saltar por los aires los decorados y las convenciones, y cuando esto pasa se dice que el género se renueva. En el policial pasó con la emergencia de la novela negra, y dentro de la novela negra pasó cuando Jim Thompson irrumpió con sus personajes malditos. En las novelas de Thompson no existe la ética de los detectives de Chandler y Hammett y el mal se adueña de todo. Más tarde apareció James Ellroy; su ruptura vino por el lado de la sintaxis y la complejidad existencial de los personajes. Su búsqueda desembocó en la historia, mitos y decadencia del imperio norteamericano, e hizo de él un escritor que no descarta el panfleto como dispositivo de choque.
David Peace (Inglaterra, 1967) aprendió la música que ha tocado Ellroy. De su literatura se ha dicho: frases que ametrallan al lector, repeticiones agobiantes.
Para escribir Tokio año cero, Peace se muda a Japón y se documenta. “Básicamente fui a la biblioteca de Nagatacho, y leí y leí y leí los viejos periódicos, tomando nota tras nota acerca del momento y el lugar en particular sobre los que quería escribir, y luego, en algún tramo del proceso, fue como si una puerta mental se abriera para salir del aquí y ahora y entrar en el allí y entonces. Quise atravesar las capas, como un arqueólogo, para encontrar el sentido del lugar. Lo que sucedió ha sido cubierto con cemento, pero el pasado reaparece y crece entre las grietas”. Peace deglute y procesa información para amalgamarla en una obra que exige, por su incomodidad, algo más que el clásico lector de policiales que va a buscar el placer que buscan los niños cuando piden que se les cuente siempre la misma historia.
Tokio año cero transcurre entre los días 15 y 28 de agosto de 1946. La novela está dividida en tres partes: “La puerta de carne”(título de un film de Seijun Suzuki de 1964), “El puente de lágrimas” y “La montaña de huesos”, y cada parte, a su vez, en capítulos que abarcan un día. El protagonista es el detective Minami, un ex soldado torturado por sus recuerdos de guerra, adicto a un somnífero llamado Calmotin que le provee el capo mafia Akira Senju. Minami va dando tumbos cargado de culpas, paranoico, entre otras cosas porque “nadie es quien dice ser”. Esta frase se repite como un leitmotiv y es clave para entender ese mundo destrozado de la derrota japonesa luego de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, donde la humillación cotidiana formatea la vida y donde la mentira es un recurso para sobrevivir.
El lector siente en carne propia los piojos, la mugre, el olor nauseabundo de la ciudad, el calor, el hambre, la falta de ropa y de armas de la policía de Tokio, la impotencia y la locura que engendra la despótica ocupación norteamericana (“los vencedores”), las repetidas arcadas y los vómitos de Minami, “bilis negra, bilis marrón, bilis amarilla, bilis gris”. No hay humor. No hay ironía. La pesadilla se despliega con la potencia de la realidad.
David Peace, Tokio año cero, Mondadori, 2013, 480 págs.
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